Pensemos
en alguien que se ha formado en una profesión, la cual le ha llevado a
permanecer al interior de una oficina frente a un computador durante un tiempo
considerable, suficiente como para que la labor y el entorno se le hagan
habitual o costumbre ¡Me incluyo en ese nicho!
Seguramente
al inicio de ese estilo de vida laboral, recibir una extensión telefónica
privada, móvil, dirección electrónica corporativa, computador portátil y un
espacio de trabajo asignado, hayan sido cosas que le dieron cierto estatus o “caché”
a la función que se iba a desempeñar, como a la Organización a la que se
ingresaba. Cosas que luego se hicieron completamente corrientes y habituales, a
tal punto de que hoy en día se ponga en duda la credibilidad e importancia de
una empresa, como de un particular influyente, si sus cuentas de correo electrónico
continúan diciendo Hotmail o Gmail.
A
medida que se va escalando en la organización, en muchas ocasiones el perfil del
empleado al que nos referimos comienza a depender cada vez más de sus dispositivos y herramientas mediáticas de comunicación, lo que al final termina llevándole a
permanecer la mayor parte de su jornada de ocho o más horas de trabajo sentado en una
oficina. Quizás para algunos suena al empleo ideal, pero para muchos otros
resignados es lo que “de momento hay”.
Considero
que todo trabajo es admirable y necesario (ética, licita y moralmente hablando)
y no sobra mencionar que siempre deberá haber alguien que asuma algunas labores
particulares para que ciertas cosas funcionen y existan. Lo que no termino de
compartir, son las razones por las cuales alguien que no se siente cómodo en
este tipo de empleo se resigne a permanecer ahí sin justificación alguna. Es
aquí donde la calidad del trabajo se ve considerablemente afectada por cómo se
siente el trabajador con lo que hace y con el ambiente laboral que le rodea.
Café, cigarrillos, redes sociales…
Con
el tiempo, en los trabajos de oficina comenzaron a hacerse más frecuentes los
casos de sedentarismo, obesidad, problemas físicos y mentales en los empleados,
razón por la que se consolidan las áreas de Salud Ocupacional de las
organizaciones. Ni hablar de lo mucho que esto ha venido ayudando a solventar (en parte) dichos problemas, logrando hacer más llevadera y saludable la dinámica de
trabajo. Pero, como para muchos resulta beneficioso la moderada aplicación de
las llamadas Pausas Activas de la Salud Ocupacional, para otros se ha
convertido en la excusa perfecta para justificar algunos recesos innecesarios
durante el tiempo laboral. Entre esos: la tradicional visita a Martíca de Contabilidad,
el cigarrillito social, el cafecito reparador, las fotos de Instagram, el grupo
de WhatsApp, la llamadita a la novia o al novio, la decimocuarta parada para
orinar, entre otras distracciones que se suman al gran combo de cosas que le
restan productividad al tiempo de trabajo.
¿Entonces qué tan productivo es este tipo
de empleo?
Hay
muchas conclusiones respecto al tiempo realmente productivo dentro de jornada laboral de oficina en una organización y según estudios realizados
sobre el tema, los promedios de horas trabajadas varían dependiendo del contexto, el país, la cultura,
el tipo de sector económico al que pertenece la organización, entre otras
cosas. Al ser tan relativo, no podría decir un número exacto, además arruinaría
mi intención de invitarle a sacar sus propias conclusiones basadas en
experiencias reales. Pero si me pregunta por algún estudio que arroje un valor
o porcentaje interesante, diría que aquel que se lleva el premio mayor, es la
investigación revelada por la marca de ahorro de dinero más importante de Reino
Unido, VaucherCloud. La cual, concluyó que el promedio de tiempo verdaderamente
productivo de un trabajador en aquella nación era de sólo tres horas.
Una experiencia personal insólita y
enriquecedora
Ya nos contaba un poco sobre la dinámica industrial Charles Chaplin, en su largometraje Tiempos Modernos. Las fábricas, con su potente e inagotable mano de obra, son sin duda el mejor ejemplo para comparar la productividad del tiempo laboral.
Nunca se me había pasado por la cabeza realizar trabajos operativos de tipo industrial en una fábrica o bodega, donde verdaderamente yo hiciese parte de la mano de obra. Era sin duda algo muy poco probable para alguien que nunca había tenido el más mínimo contacto con el sector y que además trabajaba como periodista en una ciudad. Pero así fue, entre las múltiples experiencias que tuve al momento de realizar mi voluntariado internacional en un Kibutz en Israel, estuvieron las tareas de apilar y cargar cientos de cajas repletas de frutas, operar bandas rotativas, grúas, hacer control de calidad, empaquetado de un producto, entre otras cosas...
Una
experiencia sumamente insólita y nueva, en la que aprendí infinidad de cosas,
no sólo en cuanto a conocimientos prácticos de la labor. Hablo de una reflexión
mucho más profunda sobre el significado de aquel trabajo, sobre el nivel de exigencia y limitaciones de los ritmos de producción de una fábrica. Fue sorprendente
explorar y conocer la capacidad de mis manos, los nuevos usos que les podía
dar, algo completamente diferente a teclear el computador de una oficina. También
el poder conocer verdaderamente mi estado físico, en una labor que me lo exigía
en todo momento.
Aquí
ahora sólo había un café, justo antes de iniciar la jornada laboral de ocho
horas y al encenderse las máquinas, no existían las pausas para revisar las
redes sociales en el teléfono móvil, tampoco para hacer tertulia con un
compañero, mucho menos para llamar, comer, fumar ni cualquier otra cosa
diferente al trabajo. Ya decidirías en el corto descanso que partía la jornada
en dos, si almorzabas o hacías alguna de esas cosas. En una fábrica no
detendrán las máquinas, ni dejaran afectar la producción para que te relajes un
rato, no. Aunque seguro habrá excepciones, en este tipo de industria el tiempo
es oro y cada segundo cuenta.
Más
tarde trabajé como voluntario en el almacén de suministros alimenticios de la
misma comunidad, donde debía descargar camiones repletos de comida, organizar,
surtir y limpiar despensas, vaciar los contenedores de basura, entre otras
cosas. Después, fui auxiliar de la cocina del lugar, en la que ayudaba a
preparar comida diariamente para 600 personas ¡vaya locura! Aquí también aprendí
muchas cosas sobre cocina, pero lo más importante fue conseguir vencer la
estúpida impresión y desagrado que antes me causaba ver u oler carne cruda ensangrentada.
Esto, mientras cargaba, cortaba y me untaba de diferentes animalitos.
Gracias
a todas estas experiencias ajenas o no a lo que solía llamar antes habitual en
mi vida, he aprendido un poco más sobre la productividad, al tiempo que he
adquirido nuevas competencias prácticas y realizado profundas reflexiones
personales aplicables a cualquier aspecto de mi vida.